Recuerdo que uno de mis traumas en mi formación profesional como gestor cultural, fue cuando nos decían: tienen que identificar las necesidades culturales, por lo que se nos cuestionó: ¿qué es una necesidad cultural?. En ese momento mi cabeza empezó a debrayar. No pude evitar pensar que mis necesidades culturales podían ser sumamente diferentes a las de alguien que viviera en el norte del país e incluso diametralmente distintas en otra colonia de la Ciudad de México. Para bien o para mal, viví en muchos municipios y estados del país, por lo que he conocido distintas realidades en ese multiverso vllamado Mexico, lo cual me hizo cuestionar qué rayos era una necesidad cultural. No puedo decirles que después de varios años he resuelto esta pregunta, al contrario la he complejizado.
Es importante dejar en claro que la detección de necesidades culturales es uno de los grandes problemas en la gestión cultural. Así es, uno de los tantos a los que nos confrontamos cuando hemos decidido dedicarnos a este campo, que espero poder explorar en este blog. ¿Por qué lo entiendo como un problema? porque se supone que los proyectos culturales surgen a partir de diagnósticos que buscan detectar no solo las problemáticas de un determinado contexto social, sino que a través de la intermediación, se generen acciones que atiendan esas circunstancias que hemos detectado, o sea, satisfacer una necesidad cultural, lo que sea que signifique esto en cada contexto. No quiero detenerme en el cuestionamiento sobre la preponderancia de las necesidades humanas, para muchos nos es común escuchar las disputas sobre si la dimensión económica, fisiológica, psicológica y otras cuestiones humanas son más importantes.
Mi interés es centrarme en ¿cómo detectamos y atendemos las necesidades culturales del otro?. Me refiero a esa otredad que no pertenece al entorno social de mi cotidianidad. Como ya he mencionado en este blog, hay muchas discusiones si debemos promover primero nuestra propia cultura y dejar en paz a los otros, o si está situación tiene una menor importancia en las tareas de la gestión cultural. Pero como he afirmado ya, desafortunadamente la realidad es que en el campo de la gestión todo el tiempo se presentan estos escenarios donde intervenimos en las realidades de los otros, por convicción o por necesidad. Nuestras realidades nos desbordan y hasta ahora no se ha podido evitar la intermediación cultural. Por lo que desde mi perspectiva es mejor problematizar y construir mecanismos que nos permitan generar una cierta mejora en los procesos que participamos.
Ahora bien, en primera instancia debemos aceptar que por más buenas intenciones que se tengan en los procesos de gestión cultural, la participación de agentes externos en realidades culturales ajenas, siempre será un acto invasivo de alguna manera. En este sentido, quiero aclarar también, que no solo me refiero a comunidades indígenas, ya que las colectividades con las que trabajamos pueden ser migrantes, grupos sexodiversos, infancias, presos o cualquiera que reconozcamos como ese otro que vive una realidad cultural distinta.
Otro aspecto al que también he hecho referencia en otras entradas, es la necesidad de detectar nuestro lugar de enunciación, o sea, reconocer el lugar que ocupamos en la sociedad que pretendemos realizar alguna acción. En este sentido, los estudios culturales nos han dado una clave fundamental para pensarnos desde nuestra situación de clase, étnica (racial) y de género, por decir lo menos.
El siguiente punto que me parece fundamental, es cuestionar nuestras intenciones con respecto al proyecto que buscamos emprender, y aquí interviene la ética de trabajo de cada persona.
Para apretar la tuerca de la problemática que me interesa poner sobre la mesa, es importante mencionar que existe una corriente muy fuerte dentro de la gestión cultural que básicamente ha entendido este campo como una dimensión administrativa de la cultura o más bien de las culturas. Es común que esta clase de ideas se reiteren en distintas formaciones universitarias. Tampoco se trata de evadir o suprimir la historia de la gestión cultural que por supuesto está vinculada a la idea de que es imprescindible que alguien clasifique, organice y planifique las culturas y su desarrollo. Por cierto, esta idea se acerca más a las nociones de gubernamentalidad y biopolítica que planteaba Foucault.
Tan solo es necesario echarle un vistazo a los diccionarios para entender que la propia raíz de la palabra gestión, nos lleva a entender esta como una serie de trámites u operaciones que se realizan para dirigir y administrar un negocio o empresa. Esta acepción desafortunada, nos lleva una y otra vez, una visión un tanto deshumanizada de la gestión cultural. En este sentido, considero que sería imprescindible desplazar la noción de gestión a una raíz etimológica como la de gestar, vinculada a concebir o desarrollar una idea, así como al proceso de incubar, desarrollar y madurar algo. Sé que esta cuestión lingüística para muchos sería desprender del significado normativo de la palabra, pero mi argumento va más allá de lo lingüístico, lo cual no menosprecio, pero me parece que la importancia es precisamente atender nuestras prácticas.
A estas alturas, es evidente que mi interés ha sido generar un desplazamiento de la pregunta sobre la necesidad cultural hacia la cuestión de la administración cultural como el verdadero problema de la gestión. Ya que esta posición que detenta el gestor ante los procesos culturales de la otredad, es realmente una problemática de poder. De manera que un cambio en nuestras prácticas como gestores culturales implica una serie de reflexiones y cambios que desmitifiquen esa ansiosa e imperiosa necesidad de administrar la(s) cultura(s) de los otros.
El escenario de acción que propongo no es fácil. Sabemos bien que el financiamiento de proyectos culturales proviene generalmente del gobierno o de las organizaciones de la iniciativa privada que están detentando la capitalización de su imagen a través de la atención o apoyo a ciertos procesos culturales. En este sentido, el derecho a inclinarse por una idea de desarrollo cultural a contrapelo de la lógica institucional o gubernamental es sumamente compleja. Sin embargo, considero que tenemos el deber de repensar una y otra vez distintas estrategias que mantengan la autonomía de las colectividades, para así evitar que sigamos abonando en la construcción de sujetos clientelares.
El peligro de mantenernos irreflexivos antes estas situaciones es preservar estatus otrificadores, donde sigamos apostando a la coproducción de alteridades dominadas y sujetas a hegemonías de poder político y económico, donde no podemos omitir nuestra responsabilidad y las formas en que hemos cooperado a estos procesos.
En este sentido, es necesario desplazar la administración por la escucha, manteniendo una sensibilidad ejercitada hacia los procesos culturales de los grupos con que trabajamos, así como el respeto hacia sus decisiones. Pero sobre todo atender la posibilidad de GESTAR y facilitar formas alternativas de acompañamiento con las otredades que no instrumentalicen y mantengan matrices de poder, empezando por nuestra creencia de sentirnos especialistas en la cultura del otro, suplantando incluso su voz.
*Las imágenes utilizadas en esta entrada provienen del Proyecto Temixco Cultura en Movimiento, realizado en 2015-2016, en el estado de Morelos.
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