En 2008, inicié la carrera de Arte y Patrimonio Cultural en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, precisamente con el enfoque en Gestión Cultural. Desde que inicié mi trayectoria, tuve la necesidad de preguntarme una y otra vez sobre mi quehacer en un campo que sinceramente desconocía al entrar a la licenciatura. Recuerdo en varias ocasiones haber sentido una sensación de gran vergüenza cuando profesoras y profesores preguntaban por qué habíamos elegido la carrera y sí alguien tenía experiencia realizando proyectos culturales, literalmente yo consideraba que nunca había hecho algo relacionado con la gestión y mucho menos alguna cosa vinculada a la cultura. En esos momentos embarazosos, también recuerdo que varias personas levantaban sus manos, manifestando su poca o amplia experiencia en el campo, lo cual siempre me hizo sentir varias veces en desventaja.
A pesar de mi poca expertiz, desde un inicio desarrollé un interés por la investigación vinculada al campo cultural. Hasta ahora he tenido la oportunidad de escribir y publicar sobre varios temas que van desde la economía y cultura, museos, diversidad sexual, entre otros. Por supuesto, siempre he tenido muy claro que mi papel no era el del antropólogo, el sociólogo, el etnógrafo u otros especialistas vinculados a las humanidades y ciencias sociales. Quienes venimos de la gestión, sabemos que se nos forma bajo una idea multi, trans, inter disciplinaria, según sea el caso de la universidad donde se haya estudiando. Lo cual, por cierto, me sigo cuestionando si realmente se logra.
En medio del debate sobre si en la gestión se puede desarrollar una trayectoria vinculada a la investigación, sinceramente, me he tenido que desmarcar de ciertas posturas que me parecen más una defensa de sus propios campos, puesto que no encuentro argumentos de peso que me indiquen que no puedo desarrollar este interés indagatorio que he tenido desde hace varios años.
Es posible que esta posición cause incomodidad a más de uno, ya que a veces pareciera que quienes nos dedicamos a la gestión cultural, llegamos tarde al reparto de las epistemologías. Sin embargo, me aferro a la aseveración de que aún tenemos mucho que decir respecto al tema cultural. Comenzando porque no es lo mismo analizar y reflexionar las otredades, o los propios procesos que se abordan desde el conocimiento situado y las autoetnografías, que intervenir a través del famoso “proyecto cultural”, dispositivo clave en todo acto de gestión.
Por cierto, en contraste con ciertos campos de conocimiento, en gestión se intentan tener claros los objetivos y metas de una intervención que pretende impactar, generando cambios o reacciones a través de un determinado proyecto (al menos eso intentamos). A diferencia de las intervenciones de la antropología en las comunidades, las cuales no siempre reconocen su intermediación e incluso olvidan su pasado colonial. En nuestro caso, si algo nos define es el pragmatismo con que instrumentalízamos el conocimiento sobre los otros e incluso sobre nosotros mismos. A esto último, algunos le llaman promoción cultural (partir desde nuestra comunidad y contexto). Por cierto, de momento, no me interesa entrar en la disputa si es mejor la gestión, la promoción, la animación o la administración cultural. Simplemente, trato de narrar un escenario de la situación a la que nos confrontamos cuando desde la gestión cultural, tratamos de hacer investigación.
A estas alturas, creo que he mencionado brevemente las incomodidades que genera un gestor investigador. De entrada y tal vez el tema central, es precisamente la problemática de no estar adscrito a un linaje disciplinar donde se nos haya entrenado para ejecutar metodologías cualitativas y cuantitativas de las ciencias sociales como el caso de antropólogos o sociólogos. En ese sentido, pareciera que nos falta seriedad y una estructura que nos permita dar cuenta de los saberes que desarrollamos en nuestro campo. En teoría, como gestores, nuestra principal actividad es generar una amplia gama de posibilidades de intervención a partir de la detección de alguna problemática o ausencia cultural problematizada en nuestro famoso diagnóstico.
Aunque nos incomode, lo cierto es que para comprender nuestra situación disciplinar, es importante entender cómo surge el tema de la gestión cultural a nivel nacional e internacional. Es tal vez una de las respuestas por las que tendríamos que explorar el incómodo papel del gestor investigador. Sin embargo, personalmente les puedo asegurar que no me he rendido. Después de hacer una Maestría en Comunicación y Política en la UAM, y ahora un Doctorado en Humanidades, en esta misma institución, he aprendido a mirar críticamente mi lugar de enunciación desde mi formación como gestor cultural, a la que todavía no he renunciado. Por supuesto, no ha sido fácil, pero me atrevo a decir que es posible desarrollar críticamente nuestro trabajo, lo cual implica tener en cuenta la advertencia de tener que ir hasta las últimas consecuencias, sin un retorno seguro, básicamente, sin garantías.
En este momento, creo fervientemente que una de las principales actividades que necesitamos en el campo de la gestión, la promoción, la animación y la administración cultural, es necesariamente emprender un ejercicio foucaultiano para repensar arqueológicamente nuestros saberes y nuestras prácticas, cuestionando cada un de las actividades que realizamos en el campo, pero sobre todo repensando el quehacer cultural que nos ha tocado desarrollar.
Conozco también ciertas posturas que han estigmatizado el papel del gestor cultural como el personaje que administra para el Estado o haciendo el trabajo del sucio capitalismo de la iniciativa privada, extendiendo actos de gubernamentalidad desde el poder político, o para seguir con el extractivismo cultural en pro del mercado neoliberal y multicultural. Si nos atrevemos a pensarnos critica e incómodamente, podríamos decir qué hay mucho de cierto en esta postura. Sin embargo, tendría que contar varias experiencias en proyectos, que me hacen reconsiderar ciertas posturas extremistas, que a mi parecer necesitan ser contextualizadas. De todos modos, lo cierto es que el campo de la cultura está en disputa y nos guste o no, formamos parte de los “agentes” que están en medio de esta lucha, donde tendremos que tomar posiciones. Bien dicen las feministas que lo personal es político, y la gestión cultural también lo es.
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