miércoles, 28 de abril de 2021

Gestor Cultural MX - ¿Gestionar o administrar la cultura de los otros?

Recuerdo que uno de mis traumas en mi formación profesional como gestor cultural, fue cuando nos decían: tienen que identificar las necesidades culturales, por lo que se nos cuestionó: ¿qué es una necesidad cultural?. En ese momento mi cabeza empezó a debrayar. No pude evitar pensar que mis necesidades culturales podían ser sumamente diferentes a las de alguien que viviera en el norte del país e incluso diametralmente distintas en otra colonia de la Ciudad de México. Para bien o para mal, viví en muchos municipios y estados del país, por lo que he conocido distintas realidades en ese multiverso  vllamado Mexico, lo cual me hizo cuestionar qué rayos era una necesidad cultural. No puedo decirles que después de varios años he resuelto esta pregunta, al contrario la he complejizado. 


Es importante dejar en claro que la detección de necesidades culturales es uno de los grandes problemas en la gestión cultural. Así es, uno de los tantos a los que nos confrontamos cuando hemos decidido dedicarnos a este campo, que espero poder explorar en este blog. ¿Por qué lo entiendo como un problema?  porque se supone que los proyectos culturales surgen a partir de diagnósticos que buscan detectar no solo las problemáticas de un determinado contexto social, sino que a través de la intermediación, se generen acciones que atiendan esas circunstancias que hemos detectado, o sea, satisfacer una necesidad cultural, lo que sea que signifique esto en cada contexto. No quiero detenerme en el cuestionamiento sobre la preponderancia de las necesidades humanas, para muchos nos es común escuchar las disputas sobre si la dimensión económica, fisiológica, psicológica y otras cuestiones humanas son más importantes. 

Mi interés es centrarme en ¿cómo detectamos y atendemos las necesidades culturales del otro?. Me refiero a esa otredad que no pertenece al entorno social de mi cotidianidad. Como ya he mencionado en este blog, hay muchas discusiones si debemos promover primero nuestra propia cultura y dejar en paz a los otros, o si está situación tiene una menor importancia en las tareas de la gestión cultural. Pero como he afirmado ya, desafortunadamente la realidad es que en el campo de la gestión todo el tiempo se presentan estos escenarios donde intervenimos en las realidades de los otros, por convicción o por necesidad. Nuestras realidades nos desbordan y hasta ahora no se ha podido evitar la intermediación cultural. Por lo que desde mi perspectiva es mejor problematizar y construir mecanismos que nos permitan generar una cierta mejora en los procesos que participamos.

Ahora bien, en primera instancia debemos aceptar que por más buenas intenciones que se tengan en los procesos de gestión cultural, la participación de agentes externos en realidades culturales ajenas, siempre será un acto invasivo de alguna manera. En este sentido, quiero aclarar también, que no solo me refiero a comunidades indígenas, ya que las colectividades con las que trabajamos pueden ser migrantes, grupos sexodiversos,  infancias, presos o cualquiera que reconozcamos como ese otro que vive una realidad cultural distinta. 

Otro aspecto al que también he hecho referencia en otras entradas, es la necesidad de detectar nuestro lugar de enunciación, o sea, reconocer el lugar que ocupamos en la sociedad que pretendemos realizar alguna acción. En este sentido, los estudios culturales nos han dado una clave fundamental para pensarnos desde nuestra situación de clase, étnica (racial) y de género, por decir lo menos. 

El siguiente punto que me parece fundamental, es cuestionar nuestras intenciones con respecto al proyecto que buscamos emprender, y aquí interviene la ética de trabajo de cada persona. 

Para apretar la tuerca de la problemática que me interesa poner sobre la mesa, es importante mencionar que existe una corriente muy fuerte dentro de la gestión cultural que básicamente ha entendido este campo como una dimensión administrativa de la cultura o más bien de las culturas. Es común que esta clase de ideas se reiteren en distintas formaciones universitarias. Tampoco se trata de evadir o suprimir la historia de la gestión cultural que por supuesto está vinculada a la idea de que es imprescindible que alguien clasifique, organice y planifique las culturas y su desarrollo. Por cierto, esta idea se acerca más a las nociones de gubernamentalidad y biopolítica que planteaba Foucault. 


Tan solo es necesario echarle un vistazo a los diccionarios para entender que la propia raíz de la palabra gestión, nos lleva a entender esta como una serie de trámites u operaciones que se realizan para dirigir y administrar un negocio o empresa. Esta acepción desafortunada, nos lleva una y otra vez, una visión un tanto deshumanizada de la gestión cultural. En este sentido, considero que sería imprescindible desplazar la noción de gestión a una raíz etimológica como la de gestar, vinculada a concebir o desarrollar una idea, así como al proceso de incubar, desarrollar y madurar algo. Sé que esta cuestión lingüística para muchos sería desprender del significado normativo de la palabra, pero mi argumento va más allá de lo lingüístico, lo cual no menosprecio, pero me parece que la importancia es precisamente atender nuestras prácticas. 

A estas alturas, es evidente que mi interés ha sido generar un desplazamiento de la pregunta sobre la necesidad cultural hacia la cuestión de la administración cultural como el verdadero problema de la gestión. Ya que esta posición que detenta el gestor ante los procesos culturales de la otredad, es realmente una problemática de poder. De manera que un cambio en nuestras prácticas como gestores culturales implica una serie de reflexiones y cambios que desmitifiquen esa ansiosa e imperiosa  necesidad de administrar la(s) cultura(s) de los otros. 

El escenario de acción que propongo no es fácil. Sabemos bien que el financiamiento de proyectos culturales proviene generalmente del gobierno o de las organizaciones de la iniciativa privada que están detentando la capitalización de su imagen a través de la atención o apoyo a ciertos procesos culturales. En este sentido, el derecho a inclinarse por una idea de desarrollo cultural a contrapelo de la lógica institucional o gubernamental es sumamente compleja. Sin embargo, considero que tenemos el deber de repensar una y otra vez distintas estrategias que mantengan la autonomía de las colectividades, para así evitar que sigamos abonando en la construcción de sujetos clientelares. 


La apuesta es gestar un tipo de acompañamiento incubatorio no tutelar, colocando el papel del gestor cultural en un lugar que no es el del protagonista, lo cual va más allá de titular proyectos con nombres rimbombantes y muy progres, como se acostumbra en proyectos comunitarios al elegir palabras en náhuatl, zapoteco y otros idiomas, así como el uso de ciertos enunciados que solo se disfrazan de filantropía cultural. Lo cual no se menosprecia, pero las acciones necesitan ir más allá del mero uso del lenguaje políticamente correcto, sino que es imprescindible trasladar y traducir su reflejo en las prácticas cotidianas de la gestión cultural. 


El peligro de mantenernos irreflexivos antes estas situaciones es preservar estatus otrificadores, donde sigamos apostando a la coproducción de alteridades dominadas y sujetas a hegemonías de poder político y económico, donde no podemos omitir nuestra responsabilidad y las formas en que hemos cooperado a estos procesos.

En este sentido, es necesario desplazar la administración por la escucha, manteniendo una sensibilidad ejercitada hacia los procesos culturales de los grupos con que trabajamos, así como el respeto hacia sus decisiones. Pero sobre todo atender la posibilidad de GESTAR y facilitar formas alternativas de acompañamiento con las otredades que no instrumentalicen y mantengan matrices de poder, empezando por nuestra creencia de sentirnos especialistas en la cultura del otro, suplantando incluso su voz. 

*Las imágenes utilizadas en esta entrada provienen del Proyecto Temixco Cultura en Movimiento, realizado en 2015-2016, en el estado de Morelos. 

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lunes, 26 de abril de 2021

Gestor Cultural MX - Desfolclorizar la gestión cultural en comunidades indígenas

La palabra folclore en su etimología hace referencia según la Real Academia de la Lengua Española al conjunto de costumbrescreenciasartesaníascanciones y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular. Según varios estudios, se considera que fue William Thoms quien acuñó este concepto hacia 1845, el cual utilizaba para hacer referencia a la cultura popular, específicamente a las antigüedades y a la literatura. Es interesante que desde esta concepción, se evocaba básicamente a campesinos, analfabetos, pobres y en general a personas que vivían en el medio rural. Por supuesto, es importante entender que esta noción de folclor(e) surgió en Inglaterra, o sea, desde una visión europea. 



En México, es común escuchar esta palabra para hacer referencia a la tan disputada cultura popular. Esto lo menciono por que tampoco podemos evadir las teorizaciones que se han hecho respecto a este tema. Desde Bonfil, Canclini o Colombres, se ha pensado y cuestionado bastante a qué se hace referencia con esta noción de lo popular. Sin embargo, es casi naturalizado pensar en la vinculación entre cultura popular y folclor. En este caso, hago referencia específicamente al caso de los pueblos originarios, o tradicionalmente llamados indígenas. Para una crítica a este concepto, recomiendo revisar los textos de Yasnaya Aguilar. 

Seguramente hemos escuchado una y otra vez, especialmente en fechas como el 15 de septiembre, el Día de muertos, la Guelaguetza, entre otras celebraciones, el uso de la palabra folclor y/o cultura popular. Mi incomodidad por la folclorización, más que el uso de la denominación, que por supuesto tiene una carga histórica y política. Es la forma en que se ha instrumentalizado por distintos entes gubernamentales y por supuesto la iniciativa privada, especialmente por el turismo. 

Es importante tomar en cuenta que la idea de folclor está íntimamente ligada a la construcción de estados nacionales en América Latina, por supuesto, México es un gran ejemplo en la región. Pero también reconocemos que en la producción de ese sujeto nacional, se construyeron una serie de estereotipos e imaginarios, que hoy en día forman parte de un lugar común, tanto al interior como al exterior del país. Una y otra vez escuchamos al Son de la negra, los mariachis, la china poblana, el charro, el cine de Oro, incluso los paradigmas gastronómicos de la mexicanidad, entre otros referentes que se repiten una y otra vez en revistas, museos, libros y otros dispositivos que han mantenido una idea del folclor mexicano. Esta problemática también se ha deslizado a distintos proyectos culturales y evidentemente a la política cultural del país.



A estas alturas, es válido preguntarse por qué tanto conflicto con la mexicanidad y su folclor. El problema con este sujeto nacional, está vinculado por un lado a la homogeneización de la diversidad cultural, que por supuesto ha sido reconocida en la constitución a través de la idea de pluriculturalidad. Sin embargo, esto no ha sido suficiente. Las historias locales de los pueblos han sido fagocitadas por la historia oficial o de plano borradas, no solo de los dispositivos museísticos nacionales, así como de otros mecanismos estatales, sino también muchas veces impedidas, incluso a través de apuestas como los museos comunitarios. Para este tema recomiendo ampliamente los textos de Mario Rufer, quien ha trabajado durante varios años el caso de estos museos. 



Otro de los problemas al que nos encontramos con estos procesos, son la forma en que se ha instrumentalizado este folclor, me refiero específicamente a la manera en que múltiples empresas han usado estos saberes, tradiciones, costumbres, producciones locales, textiles, etcétera para producir una oferta turística nacional e internacional. El tema aquí no es solamente todos los problemas que acarrea el turismo, ya sea cultural o no. Sino que una y otra vez vemos en múltiples municipios y localidades, diferentes comunidades indígenas y no indígenas marginadas de los beneficios económicos del turismo. 

En este sentido, invito a quien lea este blog a pensar cuántos indígenas son dueños de negocios en los centros turísticos, cuántos manejan su patrimonio cultural o en general quién administra su cultura. Creo que esta reflexión permitirá pensar cual es el papel de estas comunidades, productoras y poseedoras de una valiosa cultura. Pero aún cuando deciden mercantilizar sus saberes, generalmente no se benefician de esto. Y cuando han decidido cerrarse a esta posibilidad, el mercado y el Estado, por darle un nombre al conjunto de empresarios y burócratas, buscan forzar esta mercantilización y apropiarse de la cultura de los otros. Por supuesto, no descarto las buenas intenciones y los proyectos que realmente se comprometen con estas comunidades. 



Tampoco podemos olvidar las formas en que la propia academia ha instrumentalizado los conocimientos de las comunidades, sin dar crédito alguno a quienes les ofrecen la información, que seguramente terminará como un producto bibliográfico, guía de turismo, recetario, revista, etc. Una y otra vez vemos la falta de reconocimiento a quienes nos comparten sus conocimientos. Nuevamente, esto no se puede generalizar. Existen hoy en día distintas prácticas metodológicas que han dejado de objetualizar y cosificar a los llamados informantes. 

El problema específicamente con la gestión cultural, es que muchas veces nos hemos convertido en agentes sin reflexión crítica, que mediante los llamados proyectos comunitarios, funcionamos como facilitadores que entregan en bandeja de plata a estas comunidades, dispuestas como un banquete para el mercado multiculturalista y al llamado Estado fagocitador, alterofílico y alterofóbico, al que hace alusión Rita Segato. Con esto no quiero decir que dejemos de apoyar a las comunidades, sino que invito a que cuestionemos los procesos de gestión, a veces idealizados desde una visión salvacionista. En este sentido, antes que pensar en procesos descoloniales, pensar nuestras prácticas colonizadoras y las marcas que hemos repetido tantas veces en los proyectos culturales.

Es muy común encontrarse en el campo de la gestión cultural proyectos enfocados al turismo, la mercantilización de artesanías, producción de libros sobre narraciones locales, salvaguarda de iconografías textiles, entre otros saberes que se organizan y se empaquetan prácticamente para el uso de empresas u organismos gubernamentales. El problema mayor es que muchas veces las retribuciones justas, el desarrollo de las comunidades y la autonomía no se logra en estos procesos de gestión. Una de las críticas actuales más fuertes a la gestión cultural, realizada por Eduardo Restrepo desde los Estudios Culturales, es precisamente la gestión entendida como gubernamentalidad y extensión de la dominación. 

Como ya he mencionado en la entrada anterior, no podemos ofrecer fórmulas para cada proyecto y contexto. Pero si podemos reflexionar nuestras prácticas y cuestionar si nuestra intervención o intermediación en una comunidad originaria, tiene el potencial de beneficiar a las comunidades, mantener su autonomía y que al final sea la propia comunidad la que decida abrirse o mantenerse cerrada a las propuestas empresariales o estatales. Porque nuevamente, como ya he mencionado, es necesario renunciar definitivamente al tutelaje y paternalismo que muchas veces reproducimos, cuando creemos que tenemos la solución para el manejo de sus tradiciones, costumbres, artesanías, patrimonios, entre otros saberes. 


La propuesta para desfolclorizar la gestión, es precisamente esa, impedir que desde nuestra propia práctica, sigamos reforzando el extractivismo, el despojo, la dominación y la teatralización de la identidad a las que muchos pueblos originarios han sido sometidos. Pensemos por supuesto, el origen de la noción de folclor está íntimamente vinculada a condiciones de clase que en nuestro país se relaciona evidentemente con el tema de la etnicidad. El panorama que comento es un problema ético, habrá quien siga manteniendo la figura de un gestor folclorista, reproduciendo distintas violencias simbólicas, pero esto ya es personal, y como dicen las feministas, lo personal es político. 

Agradezco profundamente mis conversaciones con mi amigo tejedor tsotsil Alberto López, quien me ha ayudado a pensar varios de estos puntos. 

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jueves, 22 de abril de 2021

Gestor Cultural MX - Gestión Cultural y relaciones de poder en contextos comunitarios

Para seguir generando puentes con la anterior entrega sobre el tema del papel del gestor cultural, me gustaría comentarles que actualmente estoy iniciando estudios de campo en San Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas, México. Aunque mi tema central de la tesis de doctorado no está necesariamente vinculado a estos procesos, en esta última semana he estado reflexionando algunos aspectos de mi trabajo relacionado a la gestión cultural en contextos comunitarios.




De entrada, una de las problemáticas que he encontrado en San Cristóbal, y que me permite ejemplificar la problemática que me interesa, es la incomodidad y malestar que manifiestan tejedoras y tejedores por varias cuestiones que les han afectado en su desarrollo. Solo atenderé una. La que más ha llamado mi atención es el tema de la comercialización textil, porque varias boutiques y diseñadores, les han llegado a prohibir que puedan vender sus textiles a otros, entendamos esto, cómo evitar que la competencia tenga los mismos productos. Sin embargo, muchos de estos proyectos, se jactan de generar economías solidarias, comercio justo y demás expresiones que predican una supuesta horizontalidad. 

Esto que narro, es solo una de las formas en que se puede ilustrar la problemática. Es posible afirmar que en todo proceso cultural o artístico, donde existe la intermediación, sea del Estado, de las empresas, de los gestores o de cualquier agente externo a las comunidades, se va a desarrollar una dinámica donde el poder de decisión se incline con mayor fuerza hacia alguno de los agentes. Esto es prácticamente imposible de evitar, a pesar de la horizontalidad con que se pretenda abordar un proyecto. 

No podemos simplemente renunciar a nuestro lugar de enunciación y a los privilegios que poseemos como intermediarios o gestores de un proceso cultural, ya sea que nacimos con ellos (color de piel, lugar de origen, marcas étnicas, idioma, etcétera), o las que hemos desarrollado (capital cultural, capital social, trayectoria, etc). Desafortunadamente, a pesar de las apuestas deconstructivas y decoloniales en muchos ámbitos de la cotidianidad, las relaciones de poder siguen ahí presentes. 

Pensemos por ejemplo en el ejercicio de talleristas que se desenvuelven en distintas comunidades (migrantes, población LGBT+, niños de la calle, presos, etcétera), quienes ya de antemano han producido un dispositivo de intervención con base en el famoso diagnóstico del proyecto. Podemos iniciar cuestionando que la confección de este tipo de dispositivos se convierte en un instrumento homogeneizador, desafortunadamente, es difícil que pueda ser de otra manera. Tampoco es que se pueda dar una atención individualizada como lo hace la psicología, porque recordemos, no somos psicólogos, por más que a veces intentemos abordar aspectos de las emociones y las afectividades con el público que atendemos. En este sentido, tenemos que tener claro que muchos de los instrumentos y dispositivos que se  implementan en la gestión cultural son homogeneizadores, con esto me refiero a que no podemos atender en su individualidad a cada persona, pensando incluso, en la diversidad de tipos de aprendizaje que se poseen. Necesitamos reconocer nuestras limitantes. 




Siguiendo con este punto. Ya sea que se impartan talleres, se gestionen procesos comunitarios, se busque el rescate de alguna práctica o cualquier actividad que implique la intermediación cultural, siempre habrá relaciones de poder en escenarios donde lo político estará ahí manifestándose en diversos escenarios. De no reconocer esta situación, solo evitaremos y retrasaremos posibilidades de una mejor intervención. Por cierto, para ciertas voces de la academia y formadores de gestores, es un error partir de la gestión cultural, puesto que ven ahí un acto colonial, por lo que apuestan y predican la promoción de la propia cultura. Sin embargo, en la realidad, las prácticas de gestión cultural con las otredades es de lo más cotidiano. 

No tengo nada en contra de las teorías y supuestos que a veces se desarrollan en la academia, como una especie de utopía que quisiéramos alcanzar, al contrario, decía Eduardo Galeano que la utopía nos permite seguir caminando. Pero también, puedo afirmar por experiencia, que la práctica y dinámica social te empujan a generar tales intervenciones. 

Ahora bien ¿es posible minimizar el impacto de la verticalidad en la gestión cultural?. Desde mi consideración y experiencia es posible, pero lo cierto es que optaremos por un camino dificultoso, escarpado y lleno de incertidumbres. Recordemos que en la gestión no usamos fórmulas. Es imposible reproducir el mismo taller aún con una población con perfil similar, por dar un ejemplo. Siempre hay condicionantes y un contexto que es necesario trabajar en sus especificidades

Mis sugerencias en este sentido, si es que optamos por minimizar el impacto de las relaciones de poder en nuestros proyectos, aprendamos de entrada, ha realizar ejercicios de escucha más agudos. Hablar menos, escuchar más. De igual forma aplica con la observación, vernos menos a nosotros mismos, mirar más las necesidades culturales de la comunidad.




La segunda cuestión que recomendaría, es de verdad trabajar con el ego. Es algo que uno  no está acostumbrado a leer en libros de gestión cultural, pero muchos de los problemas que reproducimos en nuestra labor de gestión, tienen que ver con lucha de egos y búsqueda de reflectores por parte de ciertas personas que participan en los procesos. Por cierto, nunca sabremos más que la comunidad de sus propias problemáticas.

La tercera cuestión que sugiero es entender muy bien el contexto político en el que estamos laborando. Con esto no me refiero a partidos, sino a las lógicas de poder que están inmersas en las circunstancias en que nos hemos insertado, no es igual trabajar de forma autónoma con apoyo de una Organización No Gubernamental o una Asociación Civil, que trabajar para una fundación privada, recibiendo recursos de alguna organización internacional o empresa, ni tampoco será lo mismo trabajar como un agente de gobierno. En este caso la idealización no sirve de nada y solo genera más frustración. 

La cuarta sugerencia es generar diálogos constantes con las personas que colaboramos. No solo con los públicos de la comunidad, sino también con las personas que trabajan en la coordinación del proyecto. Aquí el ejercicio es pensar y repensar la capilaridad del proceso, o sea sus detalles. El intercambio de ideas bajo la lógica de la escucha, es una apuesta que necesitamos ejercitar de forma constante. 




El último punto que consideró fundamental, es dar mayor énfasis a las estrategias de vinculación comunitaria, así como potencializar los efectos que tiene el proyecto a largo plazo. Esto implica enseñar a otras personas de la comunidad a que desarrollen procesos similares, para que al final, las colectividades con las que trabajamos, no dependan de nuestro trabajo. La cuestión de la autonomía es todo un tema que necesitamos tratar. En este sentido, es imprescindible dejar el tutelaje y paternalismo que muchas veces tenemos hacia las comunidades con que trabájanos. Incluso si pertenecemos a ellas, es necesario apostar para que nuestra presencia no sea imprescindible, a menos que de verdad la dinámica del proyecto exija esto. Y aún así, sí es un proyecto de largo alcance y duración, buscar relevos. Se nos olvida muchas veces que no somos eternos y que a veces cuando surgen otras propuestas, muchas personas se retiran y el proceso comunitario se queda a la mitad. Necesitamos entender qué hay dinámicas de agenciamoento que necesitan surgir en las colectividades y que a veces podemos interrumpir si no hay estrategias.

Por cierto. Sugiero como lectura para atender estos temas, el texto de Sarah Corona Berkin, disponible de forma gratuita en el portal de CALAS, que si bien no está dirigido a gestores culturales específicamente, sirve para entender procesos de horizontalidad. 

Aquí dejo la liga:

http://www.calas.lat/sites/default/files/corona_berkin.produccion_del_conocimiento.pdf

Esperen la próxima entrega. 


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martes, 20 de abril de 2021

Gestor Cultural MX - Gestor Investigador; una apuesta incómoda (Presentación)

En 2008, inicié la carrera de Arte y Patrimonio Cultural en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, precisamente con el enfoque en Gestión Cultural. Desde que inicié mi trayectoria, tuve la necesidad de preguntarme una y otra vez sobre mi quehacer en un campo que sinceramente desconocía al entrar a la licenciatura. Recuerdo en varias ocasiones haber sentido una sensación de gran vergüenza cuando profesoras y profesores preguntaban por qué habíamos elegido la carrera y sí alguien tenía experiencia realizando proyectos culturales, literalmente yo consideraba que nunca había hecho algo relacionado con la gestión y mucho menos alguna cosa vinculada a la cultura. En esos momentos embarazosos, también recuerdo que varias personas levantaban sus manos, manifestando su poca o amplia experiencia en el campo, lo cual siempre me hizo sentir varias veces en desventaja.





A pesar de mi poca expertiz, desde un inicio desarrollé un interés por la investigación vinculada al campo cultural. Hasta ahora he tenido la oportunidad de escribir y publicar sobre varios temas que van desde la economía y cultura, museos, diversidad sexual, entre otros. Por supuesto, siempre he tenido muy claro que mi papel no era el del antropólogo, el sociólogo, el etnógrafo u otros especialistas vinculados a las humanidades y ciencias sociales. Quienes venimos de la gestión, sabemos que se nos forma bajo una idea multi, trans, inter disciplinaria, según sea el caso de la universidad donde se haya estudiando. Lo cual, por cierto, me sigo cuestionando si realmente se logra. 

En medio del debate sobre si en la gestión se puede desarrollar una trayectoria vinculada a la investigación, sinceramente, me he tenido que desmarcar de ciertas posturas que me parecen más una defensa de sus propios campos, puesto que no encuentro argumentos de peso que me indiquen que no puedo desarrollar este interés indagatorio que he tenido desde hace varios años. 

Es posible que esta posición cause incomodidad a más de uno, ya que a veces pareciera que quienes nos dedicamos a la gestión cultural, llegamos tarde al reparto de las epistemologías. Sin embargo, me aferro a la aseveración de que aún tenemos mucho que decir respecto al tema cultural. Comenzando porque no es lo mismo analizar y reflexionar las otredades, o los propios procesos que se abordan desde el conocimiento situado y las autoetnografías, que intervenir a través del famoso “proyecto cultural”, dispositivo clave en todo acto de gestión. 




Por cierto, en contraste con ciertos campos de conocimiento, en gestión se intentan  
tener claros los objetivos y metas de una intervención que pretende impactar, generando cambios o reacciones a través de un determinado proyecto (al menos eso intentamos). A diferencia de las intervenciones de la antropología en las comunidades, las cuales no siempre reconocen su intermediación e incluso olvidan su pasado colonial. En nuestro caso, si algo nos define es el pragmatismo con que instrumentalízamos el conocimiento sobre los otros e incluso sobre nosotros mismos. A esto último, algunos le llaman promoción cultural (partir desde nuestra comunidad y contexto). Por cierto, de momento, no me interesa entrar en la disputa si es mejor la gestión, la promoción, la animación o la administración cultural. Simplemente, trato de narrar un escenario de la situación a la que nos confrontamos cuando desde la gestión cultural, tratamos de hacer investigación. 

A estas alturas, creo que he mencionado brevemente las incomodidades que genera un gestor investigador. De entrada y tal vez el tema central, es precisamente la problemática de no estar adscrito a un linaje disciplinar donde se nos haya entrenado para ejecutar metodologías cualitativas y cuantitativas de las ciencias sociales como el caso de antropólogos o sociólogos. En ese sentido, pareciera que nos falta seriedad y  una estructura que nos permita dar cuenta de los saberes que desarrollamos en nuestro campo. En teoría, como gestores, nuestra principal actividad es generar una amplia gama de posibilidades de intervención a partir de la detección de alguna problemática o ausencia cultural problematizada en nuestro famoso diagnóstico. 

Aunque nos incomode, lo cierto es que para comprender nuestra situación disciplinar, es importante entender cómo surge el tema de la gestión cultural a nivel nacional e internacional. Es tal vez una de las respuestas por las que tendríamos que explorar el incómodo papel del gestor investigador. Sin embargo, personalmente les puedo asegurar que no me he rendido. Después de hacer una Maestría en Comunicación y Política en la UAM, y ahora un Doctorado en Humanidades, en esta misma institución, he aprendido a mirar críticamente mi lugar de enunciación desde mi formación como gestor cultural, a la que todavía no he renunciado. Por supuesto, no ha sido fácil, pero me atrevo a decir que es posible desarrollar críticamente nuestro trabajo, lo cual implica tener en cuenta la advertencia de tener que ir hasta las últimas consecuencias, sin un retorno seguro, básicamente, sin garantías. 





En este momento, creo fervientemente que una de las principales actividades que necesitamos en el campo de la gestión, la promoción, la animación y la administración cultural, es necesariamente emprender un ejercicio foucaultiano para repensar arqueológicamente nuestros saberes y nuestras prácticas, cuestionando cada un de las actividades que realizamos en el campo, pero sobre todo repensando el quehacer cultural que nos ha tocado desarrollar. 

Conozco también ciertas posturas que han estigmatizado el papel del gestor cultural como el personaje que  administra para el Estado o haciendo el trabajo del sucio capitalismo de la iniciativa privada, extendiendo actos de gubernamentalidad desde el poder político, o para seguir con el extractivismo cultural en pro del mercado neoliberal y multicultural. Si nos atrevemos a pensarnos critica e incómodamente, podríamos decir qué hay mucho de cierto en esta postura. Sin embargo, tendría que contar varias experiencias en proyectos, que me hacen reconsiderar ciertas posturas extremistas, que a mi parecer necesitan ser contextualizadas. De todos modos, lo cierto es que el campo de la cultura está en disputa y nos guste o no, formamos parte de los “agentes” que están en medio de esta lucha, donde tendremos que tomar posiciones. Bien dicen las feministas que lo personal es político, y la gestión cultural también lo es. 

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Por cierto, acerca de mi experiencia como estudiante de gestión cultural, invito a revisar el video en mi canal en YouTube ( https://youtu.be/v-w9M7qBTps ).

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Gestor Cultural MX - La comunidad manipulada y la redención del gestor cultural

Uno de los momentos más incómodos y reveladores de los 10 años que llevo en el campo de la Gestión Cultural fue cuando llegué al Doctorado e...